Rebelión en la granja


 
               Hace tiempo que triunfó la rebelión en Manor. No porque al señor Jones lo echaran a patadas sus propios animales. No. Aquí más bien se trata de otra cosa. En esta fábula de cochambrosa actualidad, el señor Jones acabó hasta los cojones de oler a granja, de despertar con el cacareo madrugador de gallos y gallinas, de levantarse temprano para atender el campo, para cuidar las tierras, de frotarse los callos con piedra pómez y doblar el espinazo. Jones se marchó a la ciudad embrujado por los cantos de sirena. Hizo el petate y ya no miró atrás.

Quizás al granjero lo tentaron sus vecinos, esos otros que, a su vez, ya habían abandonado su trabajo en la campiña para apostar fuerte por los trajes caros y las corbatas de diseño. Prefirió las sociedades limitadas a ser autónomo. Tiempos modernos. La urbe ofrecía nuevas posibilidades, terreno por urbanizar, proyectos faraónicos, márgenes de beneficio; tal vez adquirir unas participaciones, comerse un pedazo del pastel a mesa puesta. La ciudad crece, y es tanto lo que tiene que ofrecer…

Mientras tanto, en Manor, los cerdos tomaron el poder. Se enseñorearon de las huertas, de los bosquecillos, de los almacenes, de los establos. Soltaron a los perros para quebranto de sus vecinos. Camparon a sus anchas.
Qué grato ser un cerdo en una granja desgobernada por los hombres. Poder hacer y deshacer a su antojo, imponer mandamientos, amedrentar a las gallinas, a las ovejas, a los caballos. Cerrar las calles a capricho, tocar las palmas, festejar hasta las tantas, disfrutar de las barbacoas en la vía pública, darse un chapuzón enganchados a una boca de riego, o a la luz, si se trata de refrescar la cochiquera ahora que el calor aprieta; arrojar los restos del festín allá donde se antoje, ocupar, comerciar, mercadear, trapichear, reír, bailar, taconear. Vivir la vida cerda.

Y si por un casual regresa el señor Jones, quizás con ánimo de enseñar la granja a algún posible comprador o con la mera intención de alardear de tener granja, baste con poner orden entre las gallinas, entre los patos, entre las cabras, cobrar el IBI, facturar licencias, imponer ordenanzas. Lo de los cerdos es otra cosa. Ya conocen el séptimo mandamiento: “todos los animales son iguales, pero unos son más iguales que otros”, y a estos últimos no conviene molestarlos demasiado.

En esas estamos las ovejas, los pollitos, los conejos, las yeguas, los gallos, en la puta y viciosa Manor, que ya parece una entidad local menor de Gomorra. Haciendo vida de granja en corrales que se caen a pedazos mientras los cerdos campan.

Kikirikí.

Comentarios

  1. Pues si, yo soy uno de los que piensa todo lo que tu dices, de hecho ya lo pensé hace diez o doce años y decidí poner mi granito de arena y de momento no me ha ido mal, pero lo cierto y verdad es que si no se tiene una acción decidida desde las Instituciones y desde la aplicación de las Leyes del Patrimonio, no avanzaremos nunca. La situación es caótica desde todo punto de vista racional y aunque me consta que hay gente de nitidamente, desde nuestras instituciones quieren hacer algo más, veo que, a no tienen mucho interés, a se cansan, a no tienen dinero o simplemente son unos ineptos. Mientras, el barco va a la deriva. Fernando Caro.

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  2. Da igual que los ojos no vean y los oídos no escuchen. Seguiremos luchando por nuestros hijos, por este barrio de todos que , a veces, parece que sólo un puñado amen de verdad. En realidad únicamente falta la chispa que encienda el motor. Por eso debemos mantenerla viva. Gracias!

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