Ensueños de ciudad – Parque de la Legión
Si
existe un lugar en esta ciudad de sencilla recuperación, ése es el Parque de la
Legión. Concebido como un cinturón verde que partiera en dos el gris urbanita,
se extiende a pie de las murallas, ocupando fosos y caminos cubiertos de las
defensas, desde el baluarte de la Trinidad al de San Pedro, y más allá, hasta
quedar a los pies de San Antonio, bajo la Puerta de Mérida.
Es un jardín
embrujado, de umbrías y plazuelas, de fuentes y parterres, de sendas y empedrados.
Allí se dieron cita nuestros mayores cuando aún se moceaban; fue lugar de
encuentro, de celebración, de risas. La música de las verbenas nunca le fue
extraña, salvo ahora. Hoy es un rincón triste y descuidado, campo de espectros,
tierra hostil de noche.
La riada del
97 le dio la extremaunción y le arrebató el alma. Después fue pasto de los
buitres, y hasta La Nacencia de Chamizo que daba a luz a las aguas de su arroyo
sirvió de botín para los vándalos. Se la robaron. Pero aún atesora no sólo
recuerdos. Suyos son los muros de nuestra historia, los portentosos árboles que
conforman bosquecillos y paseos, las flores y plantas que bien pudieran ser un
botánico excelente para nuestros ciudadanos. Bajo las copas dormitan estatuas,
angelotes, fuentes; poternas y puentes dan paso a sus caminos, y un estanque
que sirve de plaza a sus aguas.
Qué sencillo
sería devolverlo a la vida para entregarlo al paseante, y llenarlo otra vez con
las risas de los niños. Acaso sólo pide un puñado de columpios, familias que
exorcicen a los demonios, ¡agua!, ancianos que se rindan a sus frescas sombras,
gente que lo busque, que lo quiera, que lo sienta. Un quiosquillo donde tomar
un refrigerio y comprar golosinas, un huerto urbano donde antaño fuera vivero. Y
la simple labor del centinela, que lo ampare cuando las sombras de la noche conceden
alas a los diablos.
Que se abran
las puertas, de Mérida y La Loba; los muros parecen Troya inexpugnable, y el
Rivillas el mismísimo Nilo, la frontera inabarcable. Que regresen las estatuas,
que discurra su arroyo entre saltos, que aparezcan sus senderos bajo la maleza,
que se ornen sus tapias y se cuiden sus flores. Que se extienda hasta el
Alpéndiz, y aun el río, para abrazar a la Alcazaba.
Hasta allí se
allegarían los padres con sus hijos, los viejos con sus recuerdos, los mozos
con sus pasiones. Y todo por columpios, quiosco, huerto y mimos.
Es tan poco lo
que pide para entregarnos tanto…
Comentarios
Publicar un comentario