Nos va la marcha
Lo del ruido en el Casco Antiguo es un rumor que viene de lejos; vamos, más que rumor, un estruendo. Es un
asunto peliagudo, para nada baladí, y que exige de precisión cirujana si lo que
se pretende es sanar al enfermo. No entraremos demasiado en los detalles acerca
de lo que conlleva el ruido, que es bastante más que decibelios si sumamos esos
otros añadidos igual de aberrantes y odiosos. Hablo de las peleas, los vómitos,
los orines, las rayitas de zaguán, los polvos intempestivos de portal y
escalera, los cantos regionales a las cuatro de la mañana, los zurullos
vanguardistas en las puertas de garajes y comercios, los moais de basura, y los
modos y horarios establecidos para retirar tan insignes titanes de mierda. Un
follón, sin duda.
En el centro histórico de Badajoz
confluyen muchos intereses, numerosos y dispares puntos de vista, y sólo una
Ley, que debe ser igual para todos, aquí y en La Banasta. Por un lado los
residentes, que penan de jueves a domingo de cada semana, de cada mes, de cada
año, el mamporrero ritmo del reggaetón y la bachata, con el que deben tragar
por imposición categórica, y porque aquello otro de agarrar una escopeta y
ganarse a tiros el reposo no iba a quedar muy dialogante. Y es que lo de los
limitadores de potencia y los sonómetros es mera floritura legal, un adorno,
como el jarrón de la abuela que todos guardamos en el altillo de la cocina. Por
otro lado los hosteleros, señores empresarios dispuestos para la caja y las
ganancias, contadores de billetes, que no dejan de estar ganándose el pan,
aunque a menudo sean los curritos quienes se lo horneen. Luego está la
juventud, y los que aún creen pertenecer a ella, que necesita un lugar de
esparcimiento donde platicar, desinhibirse y menear las caderas.
El caso es que, a unos y otros,
les asisten sus razones, aunque no todas ellas puedan ampararse en la Ley; ésa
misma Ley que amenaza con llevar a alcaldesas y concejales a la trena en otros
pueblos cercanos. Cáceres y Mérida ya pueden dar testimonio. Es lo que tiene
saltársela a la torera y llevar al extremo al ciudadano. Al final alguien tira
por el camino de en medio para que sea lo que Dios quiera. Pero bueno, mientras
llegamos a eso, todos enseñan los dientes, invocan graves palabras y alardean
con sobrados aspavientos. Unos piden descanso por el bien de su salud mental y
la de los suyos, otros abogan por cuánto otro bien generan para el empleo, las arcas
municipales y la vida en general; y los últimos su derecho al goce, aunque
preferiblemente sea en la casa de otros y no en la propia. Pues ya está servida
la sopa. Ahora hay que discutir quién se la toma calentita.
El Consistorio, que hasta el momento ha toreado este morlaco mirando desde la grada para otro lado, ordenará mediciones sonoras —una vez más— por ver si el miura pasó de largo camino de los toriles, pero mucho me temo que al coso no ha salido nadie a dar unos capotazos. Así que ahí estará, todo pitones y mala baba, bufando y
escarbando en la arena mientras aguarda a un valiente que lo lidie. La inacción
habitual provoca que los jetas campen
a sus anchas, que los residentes pierdan la paciencia, que los problemas se
enquisten, que el tiempo pase y las buenas voluntades se guarden para Navidad.
No, señores, no. Habrá que
bregar, y mucho, si se quiere llegar a un entendimiento antes que a los
juzgados. Y lo gracioso del tema es que, como siempre, en el puñetero medio
estará la virtud, aunque lleguemos tarde para comprenderlo. Tiene huevos la
cosa que, siendo este barrio tan amplio, teniendo un proyecto de ciudad y unas
Ordenanzas, y dando caza a los proscritos, se solucionaría en gran medida
semejante despropósito. Pero nos va la marcha.
Hemos de comprender que el Casco
Antiguo jamás será un residencial, un spa, un monástico resort de lujo, pero
tampoco puede ser la disco atemporal de la ciudad ni el circo de ferias y
fiestas en el que se ha convertido. Ni se puede entender este barrio sin su
Carnaval, sin su Almossassa, sin sus restaurantes, sus copas, sus procesiones
de Semana Santa y su Noche en Blanco, ni se puede vivir entre tanta mierda,
pasotismo, impudicia y decibelios. Aquí todos tendremos que poner de nuestra
parte o todos saldremos perdiendo.
Pero no es humo lo que vendo, no.
Para los titulares y los eslóganes ya están otros. SOS CASCO ANTIGUO no habla
en balde. Somos propositivos, constructivos, amamos este barrio y tenemos un
plan que haremos público en breves días. Quizás no sea la Purga de Benito ni el
Bálsamo de Fierabrás, pero esperamos sirva de algo más que hacer mediciones
cada tres años y cruzar los dedos para no acabar en un juzgado.
Lo dicho. Tengan fe en la voz de
la calle, que tiene ideas, que media, que gusta de una cerveza helada tanto
como del sagrado descanso. Y si llegado el momento seguimos sin entendernos,
entonces que unos recen a San Miguel fresquito, otros a San Judas de imposibles
y todos juntos el Rosario de la Aurora. Y que Dios reclame a los suyos.
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