Camino de Damasco
Del ateísmo a la fe hay un corto
camino, tanto como de Jerusalén a Damasco, si es que es el mismo Dios quien te
sale al encuentro, como a Pablo. Globos de luz y pirotecnias aparte, que ya
tendrán su lugar mañana, lo del “preacuerdo del preludio de los post-presupuestos”
nos deja un poco tibios después de ‘tanta caló’. Verán.
No es que no queramos creer, de
verdad, que a ilusiones y moral no nos gana el Alcoyano, pero es que han sido
tantos años de palabras en vacío que da vértigo tener fe a estas alturas de
nuestro ateísmo. Lo del Casco Antiguo y su degradación ya no es cosa de la
épica, no; más bien ministerio de milagros. Algo divino.
Y es cierto que se están haciendo
cosas, y lo reconocemos, y lo aplaudimos —escuchar ya es un gran avance,
aunque no se comulgue con todo lo propuesto—, pero es tan poco el jamón de
mono que nos dan, tan ligero es el almuerzo, que se nos queda raro si el
convite es a un festín de magras carnes y afrutados vinos.
Abreviando. El preacuerdo del
convite queda un tanto descafeinado, soso, difuso, sin plazos, sin detalles,
como el comentario cinéfilo de Hora de Barrio en manos de Carmen Sevilla. Y es
que, hablando de barrios, no puede dar lo mismo el Casco Antiguo que Las
Vaguadas, por poner un ejemplo, ni la necesidad de asfaltar en el Gurugú o Las
Ochocientas que en Huerta Rosales y Condes de Barcelona.
Releyendo el manifiesto, uno echa
en falta más tino, más condumio; que porque dice ‘Badajoz’, que si no,
semejante desglose, bien pudiera ser válido para Azuaga, Sancti Petri o Ulan
Bator.
Y otra cosa, mariposa; aquello de
los “pequeños problemas de los ciudadanos” toca un poco los huevos, porque esto
va de quien los padece, no de quien los mira desde lejos. Igual aquí se antoja
un disparate gastarse cinco kilos en una nueva comisaría de policía cuando nos
damos con un canto en los dientes por ver una patrulla en bici haciendo su
trabajo. A lo mejor la droga, los prostíbulos, las ruinas, los solares, las
calles cortadas por sillones, sofás y palmas, las bachatas, las ratas, los
derrumbes, los chorizos escondidos en propiedades de la Administración, la
despoblación, los cierres de comercios, la falta de dotaciones, de
accesibilidad… puedan resultar “pequeños problemas ciudadanos” desde otras
atalayas más nobles y cuidadas. Pero, seguramente, a quien pena estas ‘insignificantes
miserias’, aquellas otras cosas importantes como las piscinas, los gimnasios,
los patés de gansos, la Puerta del Capitel y hasta el Ecuextre le importe un
cojón de pato comparado con las menudencias anteriores. Pero haya paz en pro de
la conversión de la fe. Paren el circo (romano).
El caso es que, a fuerza de
querer creer, dejamos atrás nuestro ateísmo para instalarnos en un incómodo
escepticismo esperanzado. Quiera el Señor tirarnos del caballo de batalla,
cegados por la luz de los irrefutables hechos, como a Pablo camino de Damasco, a
quien no quedó más cojones que decir: ¡la hostia, Señor, va a ser cierto!
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