Con tacones y a lo loco
El café de hoy no me ha sentado bien
en absoluto. Sería zurrapa, poso radiactivo, torrefactado en Chernobyl; o igual es la noticia con la que desayuno, que se me atragantó en las tripas como un churro aceitoso. Vete a saber.
El caso es que parece que en
Condes de Barcelona andan moscas con las calles. La calzada se ha hundido en
algunos puntos, el acerado no anda fino, y las raíces de los árboles levantan
el pavimento. Imposible caminar con tacones, dice una vecina. Tres lustros
después de su construcción, así está el patio. Un desastre, oye.
Y en esto que Vías y Obras acude
al rescate, refiere la noticia, con Don Jesús Coslado a la cabeza —¡adelante,
adelante mis valientes!—. No es que estuviera
mal proyectado, dice, es que el suelo
ha cedido. Claro. Pero tranquis, “be water,
my friends”, antes de que acabe el año habrán levantado las calzadas para
compactar el firme, reparado las aceras y nivelado el alquitrán, promete el
general desde la Playa de Omaha. Cosa hecha.
Y no es que no lo merezca este
barrio, válgame Dios, que toda reclamación siendo justa, necesaria y verdadera
merece la atención y el inmediato auxilio de nuestros gobernantes. Pero es que
yo vivo en el Casco Antiguo, y donde unos dicen lustros yo digo décadas, y
donde otros cuentan baldosas estropeadas yo cuento las sanas, por ser más corta
la suma; si a socavones vamos, veo la apuesta y subo dos mil. Los tacones son
para las fiestas, de la Catedral para abajo. Aquí mejor las alpargatas, las
chanclas o las pantuflas, o directamente a pie desnudo como los indios, que
también los hay; y un detector de minas por si acaso.
Me da la puta risa cuando leo la
agilidad y premura que se da la Administración con otros barrios. No sé si es
cosa de la renta per cápita o del índice de votos, y me la bufa, pero lo de
llover sobre mojado comienza a cobrar sentido. Al Casco Antiguo fiestas y almenas,
para qué más. <<Dales un capitel
para que callen>>.
Y mientras en Condes de
Barcelona, donde han estado las cuadrillas trabajando en estos días, prometen
calzadas para taconear, nosotros seguiremos esperando que nos saquen a bailar, como otros. Porque aquí
las raíces no levantan pavimentos, ni las aceras se quiebran por doquier, ni
las vías son veredas de cabras. Es su estado natural, ¡qué carajos! Aquí las
infraestructuras son de primera: a la última moda de los años treinta. Las atarjeas
de ladrillo y amianto, las carreteras con más parches que el traje de un payaso,
un puto carrusel de feria; las aceras, ajada piel de momia. Campo de Atila.
Lástima que Don Jesús no pueda
verlo; no lo sabe, lo ignora. Y no es que no quiera ayudar, hacer su trabajo,
pero se hace imposible caminar por aquí con tacones y a lo loco; así imposible.
Cualquiera entra a ver cómo está el barrio.
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