El agua es para los cántabros



Que a chulos no hay dios que nos gane es una verdad científica, irrefutable, de dos y dos son cuatro y me llevo cinco. De ahí que aquello de la ola de calor africana, que hace temblar a media España cuando enchufa el telediario, nosotros, los belloteros, nos la pasemos por el forro de los huevos.

¡Somos de secano, pardiez!, como algarrobos, como terrones, como graveras, como la liquidez del Popular, como una caja de polvorones después de media maratón, o entera y media. Ríete tú de Pedro Botero y sus calderas, donde tostamos el pan bien de mañana antes de ponerle la cachuela. Treinta a la sombra es sentir el biruji en el cogote, desayunar migas y aguardiente, vestir de manga larga, apretar el paso con la mano en el bolsillo. Lentejas y siesta embutido en las franelas.

Por eso, ahora que las campanas del apocalipsis anuncian el cambio climático, y mientras otros se rasgan las vestiduras y claman al cielo ultravioleta, nosotros, los chulos, nos descojonamos de la risa. Sangre mora marwaní, ascuas por ojos, corazón de hornillo; es arena del desierto la que corre por mis venas. Más que cristiano, almohade; más que almohade, bereber, de jaima, chilava, camello, gumia y turbante. De Chandavila p´arriba t´os godos.

Y es que nuestro ayuntamiento sabe sacar partido a tan gloriosa herencia genética norteafricana. Donde otros lloriquean y tienden banderas verdes, y temen a Don Lorenzo, y gastan en reuniones y contra-reuniones para ver qué coño hacer con los diesel, nosotros, los del secarral y el cardo, nos adaptamos.

Somos supervivientes, meta-hombres, aquellos que recogerán el testigo de la raza humana cuando ésta se haya secado como una ristra de ajos, tasajos momificados bajo el estío universal del gas invernadero. Por eso, en nuestra ciudad, que nadie espere ver las fuentes encendidas cuando arree la calorina. Es una táctica, un entreno, un masterplan. Nos pillará la caló, sí, como a todos, pero cuando llegue habremos aprendido a sudá p´adentro.

Así que, ni fuentes por encima de los ardientes cuarenta, ni niños en bermudas puestos a remojo. Toda esa pantomima de cobardes sólo vale para menguar los remanentes. Aquí, quien casca de insolación, lleva sangre goda en el linaje. Como que vive Dios.

Ya lo saben: el agua es para los cántabros.

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