El fin de los tiempos
El sistema ha fallado. Al menos
el nuestro, el local, el de la Plaza de España, el de los plenos insufribles,
el de los ayuntamientos abiertos, el de la verborrea incontenible, el de las
palmaditas en la espalda, o en la nuca, dependiendo de quién las dé y a quién
se les dediquen. Las palabras, señores regidores, son un medio, no un fin en sí
mismo; y escucharles a ustedes hablar en una de sus sesiones es para que a uno
le dé por cortarse las venas. Ya hay que ser masoquista para mortificarse de
este modo, pero es lo que tiene la esperanza, que es lo último que nos roban. Por
eso, aquello que llaman los “tiempos de la Administración” resulta infumable,
insoportable, exasperante, cruel y abusivo, además de una burda mentira. He visto
reformar constituciones en menos tiempo del que tardan ustedes en ponerse de acuerdo
para anudarse la corbata: ¿windsor o doble?, ¿en rosa o en gaviota?
Esos tiempos que se gastan en ‘solucionarnos’
la papeleta a los pobres mortales pueden ser tan fugaces o tan eternos como a
ustedes les convenga. Tan pronto podemos toparnos con una sesión extraordinaria
—pim-pam-pum-fuera—,
que venírsenos encima con una muralla de pliegos, cláusulas, recursos, prescripciones,
implementaciones, formalismos, departamentos y demás tocamiento de pelotas que
hagan imposible dar un puto paso.
La política es así, ¡qué coño! Es
el arte de hacer lo que a uno le viene en gana sin escuchar al resto; es la
treta y la trampa, filigrana de trileros, emboscada en el camino tendida entre
paños finos con perfume de Dior, el “yo te diré qué te conviene” y toma pan
para que calles, la artera y venenosa lengua de la serpiente, la chanza sin
gracia, sosa y descafeinada, como una cola light; mesa de negocios, campo de
corruptos, realengo de aburridos, vagos y descuidados. Es la mofa descarada de
aquellos a quienes debiera servir pero con los que nunca cuenta; el runrún aquiescente
de los propios —es usted un crack, Don Pepito, pero
permítame que le peine las cejas descompuestas—
y la sesgada hostia de los contrarios. Hasta los cojones, oigan. Después
se preguntarán qué hicieron para perder la fe del ciudadano. Yo les daré la
respuesta: pregúntense qué no hicieron.
Pero hablemos de El Campillo, ése
que ya no está de moda. Hablemos de qué ha sucedido en este tiempo en el que
las leds, los presupuestos, las mociones y las reprobaciones han tomado el
relevo de sus trompas y cornetas.
El Campillo, ese lodazal de la
ciudad del que ustedes son únicos responsables, sigue ahí, chupando mierda,
fumando plata y sirviendo a la miseria, a pesar del Ayuntamiento y sus
Ordenanzas, a pesar de la oposición, a pesar de la Policía, a pesar de la
Inmobiliaria Municipal y la Disciplina Urbanística, a pesar del puñado de
ladrillos que les costaría concedernos aire, el mismo puto puñado que ya
constataran arquitectos municipales, técnicos municipales, regidores
municipales y gerentes municipales. Lo siento, pero sus eufemismos
protocolarios me los paso por el forro de mis caldeados cojones de padre
desesperado.
Les recuerdo que fueron ustedes
quienes expropiaron a los vecinos para sustituirlos por yonkis; de ustedes son
ahora las propiedades que nos quitan la vida, las mismas que sirven de
prostíbulo y fumadero ante mis hijos, las letrinas abominables en las que se solazan
los espectros, en las que fornican, se drogan y porfían las bestias, las que
amenazan con derrumbarse sobre nuestras cabezas. Ustedes, y sólo ustedes, son
culpables. Porque no me devolverán a mis vecinos de antaño pero tampoco harán
nada por remediar las consecuencias, porque nos engañaron con sus promesas de
quita y pon y sus planes especiales, y sus chupi-proyectos faraónicos de a kilo
el metro, porque mi progenie crece rodeada de inmundicias y les importa un cojón
de pato.
Mienten como bellacos, se ríen de
su gente, estiran sus tirantes, ufanos, repantingados en sus tronos de fieltro
rojo, esas inmundas atalayas desde las que mirar al mundo que creen suyo. No se
enteran de nada porque, sinceramente, creo que se la traemos al pairo. No entramos
en el recuento de votos, en los réditos políticos, en el encuadre de la foto. Y
por ahí no paso sin, al menos, quedarme a gusto. Cagüensanpito.
Así que, por mi parte, su tiempo de
chácharas ha expirado. El Consistorio ha fracasado en pleno. Quizás sea la hora
de instancias superiores.
Nos vemos en las próximas
elecciones, ineptos.
Todo el que vive y ha vivido en esta zona del casco antiguo siempre acaba llegando a esta conclusión. Todas las instituciones ( Ayto. Junta, policía, urbanismo, asuntos sociales y un largo etc) pasan de lo que pasa aqui y lo único en que se quedan en es buenas palabras, falsas promesas, en un "dime qué es lo que quieres oír", y proyectos faraónicos o imposibles, siempre con el objetivo de pasar el tiempo y tener a los "ciudadanos normales" tranquilos y contentos.
ResponderEliminarPero ojo esto no pasa ahora, sino que desde que tengo uso de razón en este barrio ha pasado, y claro el vecino toma decisiones, o se van o decide adaptarse a las "peculiaridades" de la vida en esta zona del casco, y así estamos, cada vez más vecinos civilizados marchándose e incivilizados llegando.
Todo el mundo el primer análisis que le hace a la parte alta del casco antiguo es urbanística y de limpieza, y si, claro que le ha falta, pero no se dan cuenta que el principal y primer problema es un problema SOCIAL y lo primero que hay que atacar en esta zona del barrio es la droga y todo lo que le rodea incluido y sobre todo el incivismo. De nada vale que los pobres chicos de limpieza que están por aquí queden limpia una calle y este a diez metros el barrendero y ya estén tirando de todo, o cualquier vecino arregle su fachada y al día siguiente aparezca escrito la mitad de los nombres de los zopencos que pasan por alli.
Pues tienes toda la razón. Que no se nos olvide cuando toquen elecciones. Es lo único que entienden y donde más les duele. Que suden cada voto. VOTOS POR HECHOS. Las promesas aquí se quedan en ruinas.
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