Hablemos despacio.

                No hace mucho que la ‘atrevida literaria’, Granada Farrona cuyo libro Versos, ¡A los pupitres! recomiendo desde aquí, decía que los niños tienden a asociar hablar despacio con hacerlo en voz baja. Así que, si me lo permiten, hoy escribo despacio para que pueda entenderme todo el mundo. Y no está de más, dado lo abrupto e inestable del terreno que me he empeñado en pisar, donde son frecuentes las avalanchas, los aludes y los corrimientos de tierra. Por eso, hablemos despacio para mencionar el ruido.

Como saben, el Casco Antiguo está declarado Zona Saturada de Ruidos desde hace siete años; no por capricho o azar, sino avalado por mediciones legales y resoluciones de la Autoridad Competente. Tanto es así, que hasta la Defensora del Pueblo, Doña María Soledad Becerril, ha debido pronunciarse en el pasado mes de febrero para hacer una serie de recomendaciones a nuestro Excelentísimo Ayuntamiento, dada la incapacidad absoluta que éste demuestra para poner paz y remedio a tal desmán.

Y es que hablamos de conciliar fiestas y euros con el derecho al descanso y a la salud mental de los vecinos residentes; vamos, que decida lo que decida saldrá escaldado. Por eso huye del agua el gato. Por eso el descanso pierde por goleada desde el primer cuarto del partido. Las fiestas juegan con doce, o trece, o treinta mil.

Pero seamos sensatos. Aquí no valen blancos o negros, no se puede ignorar o ningunear a parte alguna. Debe primar la moderación, la buena voluntad, la flexibilidad y, sobretodo, la Ley. Para eso existe una amplia gama de grises en la paleta y es ahí por donde debemos comenzar.

Ni el Casco Antiguo será un recinto monacal, ni debe convertirse en el Corral de la Pacheca. De lo contrario acabará en juzgado de guardia, como en Cáceres, y todos perderán; algunos más que otros.


Así que ellos, que son los primeros obligados a cumplir las prerrogativas legales, a dar ejemplo, a defender los derechos y el bienestar de sus ciudadanos esos que hasta la Defensora del Pueblo trata de socorrer, ellos, que dicen tener entre sus prioridades reflotar la fallida Mesa del Ruido, son los primeros en pasarse la gama de grises por el forro de los huevos. ¡Viva la vida! Me parto la caja. Ya me los veo en la Alcazaba meneando las caderas por Two Yupa, a las cuatro de la mañana, con un peluquín multicolor y un pedal de cojones made in London nº 1.

No señores, no. No dan ni una. Aquí se trata de otra cosa. La Zona Saturada de Ruidos no atiende a una única fiesta, ni siquiera a las doce o trece fiestas cada año sale alguna nueva que soporta con estoicismo el barrio y de las que no saca más que mierda y desasosiego. La Defensora del Pueblo y los vecinos no ponen el grito en el cielo por Los Palomos, La Noche en Blanco, el Almossassa, La Feria de Día, La Feria de la Tapa, el Carnaval, el Carnavalacho, La Navidad, Fin de Año, Semana Santa, Contenpopránea, el ‘Día del Borracho’, etc., etc. Este problema atiende a la saturación, a la concentración, a la continuidad excesiva que se prolonga cada fin de semana de cada mes y de cada año de jueves a domingo, a la que se suman pubs piratas que no respetan las limitaciones de potencia acústica, las barricadas de veladores, los griteríos y cantos regionales con nocturnidad y alevosía, las peleas, los botellones ilegales, los becerros puestos hasta la manilla, y hasta el servicio de limpieza, que viene a rematar la faena cuando en el campo de batalla sólo quedan vómitos, condones y el lastre de las entrañas.

Esto se trata de poner remedio al azote cotidiano, a la burda y estruendosa normalidad que aquellos que no la sufren no pueden comprender, o no quieren. Fiesta sí, siempre, pero en tu casa.

Y yo me pregunto: ¿no sería más sensato descongestionar este barrio malherido por el ruido dando caza a los piratas, poniendo dignidad a los festejos, repartiendo fiestas no arraigadas en el Casco Antiguo entre otros barrios Santa Marina, San Roque, San Fernando, Valdepasillas, La Paz… por un simple principio de solidaridad e igualdad entre ellos, haciendo uso de los locales del río para conformar un malecón, un bulevar, una ‘Ciudad del Ocio’ allá donde menos molesta, erradicando el botellón ilegal a base de palos, embelleciendo otras calles para desconcentrar los locales de ocio nocturno, ponderando otros usos para el barrio?

No se pide exiliar todos los festejos. Amamos el Carnaval, La Noche en Blanco, el Almossassa, la Navidad, la Semana Santa, todas aquellas festividades que tanto tienen que ver con el Casco Antiguo. No se trata de mudar restaurantes por bibliotecas, no; esto no va de expulsar a los mercaderes del templo, látigo en mano. Se trata de repartir, de limitar, de concienciar, de proponer, de comprender, de mediar, de querer hacer. De hacer cumplir la puta Ley.

Que no les vendan la moto. A las pruebas me remito: donde unos dan atisbos de empatía (CETEX) otros siguen en sus trece, y manda cojones que estos últimos sean los de arriba. Así nos va.

Les propongo un reto: busquen otro barrio del mundo que festeje por más de doce veces en el año. A buen seguro que no les resultará sencillo sin acudir a la wikipedia.

Lo dicho. Lean despacio, lean bajito, y si no les queda claro, vuelvan a leer.

Comentarios

  1. No puedo estar más de acuerdo. Dicho despacito y bien claro, que no hace falta gritar para que a uno de entiendan.

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