Tamtara hasta la muerte
Les dejo un par de titulares por
si tienen curiosidad en el asunto. Baste con hacer ‘click’ sobre los enlaces y dedicar un rato a la lectura. Merece la
pena, de veras, y seguro que será de su interés, como lo fue del nuestro:
El caso es que, en algunas de
nuestras ciudades, se han tomado en serio aquello de guerrear contra los
solares y las ruinas. Quizás podamos estar más o menos de acuerdo con los
modos, pero el fundamento, el condumio, consiste en no permitir de modo alguno
que proliferen las propiedades abandonadas en los centros históricos de las
ciudades. Tener un solar o un edificio ruinoso en un centro histórico es un
lujo que no debería permitirse, no al menos pacíficamente.
Se trata de apretar tuercas a los
especuladores, de ponerles el negocio cuesta arriba, de joderlos y exprimirlos
para que suelten la presa, más aún cuando este hueso, este pedazo de carroña,
termina por afear la propia imagen de la ciudad y servir de azote a los
residentes. Tenemos muy cerca casos semejantes en nuestra ciudad: propiedades
que sirven de cubil para delincuentes, de cueva de Alí Babá, donde esconder el
botín de robos y asaltos, donde prostituirse y fumar plata, o donde cultivar plantones
de marihuana con cargo a los servicios públicos de luz y agua. Cosa fina.
Pues bien, como decía, en algunas
ciudades comienzan a tomar medidas. Primero dotando de un marco legal la
obligación de edificar en solares y de poner en valor propiedades ruinosas,
máxime si se trata de centros históricos y entornos patrimoniales, y después
ejecutando las acciones previstas en la Ley, ya por la vía de la expropiación
forzosa o cosiendo a impuestos de ornato y sanciones a los avaros de turno. Sea
como fuere, el resultado es la recuperación a corto plazo del espacio.
Y he aquí nuestra ciudad, nuestro
Casco Antiguo, cuyas calles han servido de campo de batalla para hacerse con un
botín semejante. San Juan, Moreno Zancudo, Ronda del Pilar, Plaza Alta, Concepción
Arenal, Eugenio Hermoso, Bravo Murillo, San Lorenzo, Afligidos, San Atón, Amparo,
Encarnación, Soto Mancera, Chapín, y otras muchas pueden dar testimonio del
escarnio causado por las hienas y los buitres de nuestra sociedad. Hacer
negocios está bien, de veras. Ganarse los cuartos con la propiedad
inmobiliaria, siendo el interesado la empresa privada, no es mal asunto; un
trabajo más como otro cualquiera. Pero de ahí a cometer abusos, atropellar a
residentes y pasarse las leyes por el forro de los huevos dista un universo.
Llevamos soportando ruinas desde
hace décadas, demasiados años como para que ninguna oferta acomode a estos
usureros de la propiedad inmobiliaria. Estos tiparracos que viven de puta madre
afincados en cómodos residenciales, en casas solariegas, en áticos de lujo,
cuentan las propiedades como naipes de una baraja, a pesar de las leyes y las
ordenanzas que les obligan a mantenerlas en condiciones dignas de seguridad,
higiene y ornato. Su negocio puede ser lícito —ahí no nos metemos, faltaría más—, pero
jamás debería permitirse que sirviera de escarnio para los ciudadanos. Debido a
esto, deberían pagar por cada día de mierda que nos hacen soportar, por cada
grieta, por cada techo hundido, por cada fumadero, prostíbulo o guarida de
ladrones que nos imponen de vecindad. Que los cosan a impuestos o los expropien
hasta que caigan del burro; “dar cera, pulir cera” hasta que el barrio quede brillante
como una patena. Eso, o como como decía el chiste: “Tamtara” hasta la muerte.
Poco más. Les dejo la idea para
que la mastiquen.
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