Catorce años después
Catorce años han pasado desde que
llegué al Casco Antiguo de Badajoz.
Por aquel entonces éramos dos —mi
mujer y yo—, y hoy somos cuatro. Lo que en el pasado era admisible (¡Juventud,
divino tesoro!), ahora resulta insoportable. Nos traicionaron. Nos engañaron
como a chinos. Sí, el Consistorio y sus muchachos, con toda su verborrea. Nos embrujaron
con cantos de sirena, con el puedo prometer y prometo. Manda cojones lo
pardillos que fuimos, ¡qué ilusos!, ¡qué confiados!, ¡qué jóvenes éramos! Ellos,
que apostaban fuerte por nosotros, que nos doraban la píldora y nos pedían el
voto porque el mañana era nuestro, nos tangaron como trileros de oficio. “El
futuro”, nos llamaban, pero nunca especificaron cuál sería. Tipos listos.
Hoy, catorce años después, hemos
perdido vecinos a los que expropiaron y vivimos en calles fantasmas, llenas de
espectros hediondos. A mis vecinos les arrebataron sus casas, sus hogares, para
quedárselas ellos en base a no sé qué proyecto que nunca llega pero por el que
bien merece la pena acuchillarse, insultarse, jurar y prometer; a cambio nos
legaron las ruinas y los despojos de los que no quieren ocuparse aunque la Ley
les obligue. Eso sí, la Ley sí que me obliga a mí y a mis hijos, y a mis
vecinos, pero no a ellos. Porque ellos están por encima de la Ley, o aupados a
horcajadas sobre ella, dándole por detrás como perros en celo.
Hoy vivimos en un mar de
escombros cuyos propietarios son el propio Ayuntamiento y la Inmobiliaria
Municipal, y algún que otro privado —llámese Santander, por ejemplo—
afincado en tierras lejanas.
Hoy, catorce años después, las
calles están sucias a más no poder, con la mierda adherida a las paredes, a las
esquinas, a los bajos de las fachadas y a las aceras rotas, tanto que no
recuerdo una ciudad más sucia que la nuestra en todo lo viajado.
Hoy, catorce años después, la delincuencia
campa a sus anchas, tocando las palmas, haciendo barbacoas en la calzada,
enganchada a la red pública de luz y agua, trapicheando sin cortarse un pelo, ocultando
su botín en propiedades municipales abandonadas, cortando calles y festejando,
en general, la indolente anarquía a la
que nos tienen sometidos los que debieran gobernarnos con honradez y trabajo.
Hoy, catorce años después, los
hosteleros abandonan sus montañas de basura en las puertas de los residentes, porfían
con ellos, cierran a deshora, ignoran las limitaciones acústicas de sus equipos
de música, sirven bebidas en envases de plástico para permitir el bailoteo
callejero, y achacan la minoración de beneficios a la falta de horarios
adecuados para el copeo intempestivo. Siempre quieren más a pesar de todos y de
todo.
Hoy, catorce años después, se han
llevado por delante el Centro Vida de Bravo Murillo, la Comisaría de
Montesinos, las zonas deportivas de la calle Stadium, el tratamiento para el
alzhéimer del Centro de Día de Mayores, la Escuela de Idiomas…, pero también
los comercios de Arias Montano y San Juan, los de San Andrés y Arco Agüero, los
de José Lanot, Felipe Checa y otras muchas calles. A cambio nos dejan nuevos
solares que sirven de parking, nuevas ruinas que usan los demonios de cubil,
más especulación, más miseria, menos vecinos.
Hoy, catorce años después, el
Parque de la Legión sigue agonizando, los columpios de la Alcazaba se hacen
añicos, se permite el botellón en sus jardines, en sus laderas, en San Pedro y
la Puerta del Alpéndiz.
Hoy, catorce años después, cada
euro invertido en recuperar patrimonio ha sido malversado, tragado por las
malas hierbas, la dejadez y el olvido, a pesar de los presupuestos y las
palabras. Siempre las malditas palabras.
Hoy, catorce años después, sigue
vigente el Plan Especial que recuperaría este barrio en el 2003.
Hoy, catorce años después,
persiste el clamor del ciudadano, de los que necesitan que se haga algo, que
les auxilien, mientras Encarnación, Amparo, Luis de Morales, Eugenio Hermoso o
Concepción Arenal se vienen abajo.
Hoy, catorce años después, todo
sigue igual por más que le pese a Miguel Celdrán, a López Iglesias, a Cristina
Herrera, a Fran Fragoso, a Luis Borruel, a Ricardo Cabezas, a Remigio Cordero, a
Begoña Galeano, a Luis Chacón, a Elena Olea, a Concepción Díaz, a Celestino,
Ávila, Coslado, César, Guti… gente nueva y comprometida, ya lo ven. Serán “otros”
quienes les impiden hacer bien su trabajo, aunque todos digan ansiar los mismos
parabienes. Y una mierda.
Hoy, catorce años después, vengan
a mi casa a pedir el voto, el mío y el de mi familia, ¡¡¡por favor!!! Estoy deseando
decirles que esperen catorce años; eso, y mandarles al carajo.
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