'Don Miserias', 'Don Tarugo' y 'Don Papelas'
Que lo del ruido en el Casco Antiguo iba a armar alboroto era cosa cantada, máxime si al trapo habrían de entrar, por una mera cuestión de física antisocial, los zoquetes ‘Don Miserias’, ‘Don Tarugo’ y ‘Don Papelas’. Y es que les va en ello el pan y el circo, aunque
a unos más pan que circo, y a otros, más circo que pan. Cuestión de métricas. Para
que nos aclaremos: uno sirve las copas, el otro la farlopa y el último tontorrón
se lo mete todo entre pecho y espalda. ¡A bailar morenas mientras el cuerpo
aguante! Y es que aquello de hacer caja a costa de lo que sea y vivir la vida loca
siempre fueron de la mano, aunque no necesariamente de la de la Ley, como es el
caso. Hasta aquí cristalino.
Por eso me da la risa cuando me
pongo a leer redes sociales a raíz de las noticias. Es digno de mención la
defensa que, por tierra, mar y aire, hacen los espantapájaros de su cosecha. Que
si ellos fomentan el empleo, que si ellos recuperaron el barrio, que si para
ellos el ruido no es tanto si le pones la oreja en Regulares Marroquíes, Juan
Carlos I o Calatayud. Verbigracia. Ahora somos pijos recién llegados al barrio,
muermos, cascarrabias, demasiado jóvenes, demasiado viejos, “gentrificadores”
de pro, incluso terroristas islámicos. ¡Mondieu!, ¡pónganse de acuerdo, carajo!
Corremos un serio riesgo de perder la identidad.
Pero, chuminadas malintencionadas
aparte, aquí sólo existen dos verdades. La primera es que el ruido es un
problema REAL, certificado por apóstoles y santos —llámense Defensor del Pueblo,
Guardia Civil, Ayuntamiento de Badajoz o Junta de Extremadura— …a
menos que todos mientan, que pudiera ser si, finalmente, también fuera cierto
que los pijos “gentrificadores” rezáramos mirando para La Meca con un cinturón
de bombas adosado a los bajos. Pero tranquilos, que no. Pueden retozar seguros
el próximo finde. La segunda es que,
aunque aquí cada cual tira a su prado —unos por copas, bachata y farlopa y
otros por el derecho al descanso—, la Ley únicamente ampara a uno de los
bandos ¿Adivinan a cuál?
Y en medio, nosotros, los
detractores de los ladridos, los maullidos, los trinos de los pájaros y el fornicio
apasionado, los que derribaremos iglesias para que no suenen las campanas, los
que preferimos las escobas a los aspiradores, los que prohibiremos las risas y
los llantos —que ya hay que ser imbécil para perder el tiempo en escribir
semejante idiotez. Reducción al absurdo que lo llaman—. Aquí, los papis de familia,
venimos a proponer, a interceder de algún modo, a invocar su empatía y su
carácter humano —a los que lo tengan, porque alguno se lo engulló con los
hielos y el frutal aderezo del gintonic—. ¿Y qué ponemos sobre la mesa? Pues una
locura, oigan. Ni más ni menos que cumplir la Ley, llamar al orden a los que huyen
de sus responsabilidades, quitarnos de encima la vergüenza de ser zona saturada
de ruidos desde hace siete años, proponer nuevos espacios para el ocio nocturno,
un barrio mejor recuperado para reubicar estos locales cuando los propietarios
abandonen sus barcos por hastío, muerte o retiro dorado en playas caribeñas. Proponemos
rotar alguna de las más de quince fiestas que tenemos, recuperar el comercio
donde siempre estuvo (¿de verdad hubo comercio antes de los pubs? Creía que sólo
hubo yonkis), crear un barrio de las artes, dar rienda suelta a la música, a la
pintura, a los talleres… no sé, algo más que copas, orines, decibelios y
farlopa. Pero vamos, como si se mentara a la bicha. Es tocarle a uno el circo y
le crecen los enanos. Eso sí, fiesta en mi casa, no en la tuya. Porque esto del
ruido, como decimos, es un rumor lejano, un minúsculo problema cuando lo sufren
otros, sean padres, hijos o abuelos —¡al coño con todos!—, pero se
convierte en un estruendo insoportable cuando quien lo pena es uno mismo.
Decía un sabio que con el ruido no veía,
y tenía razón en parte, aunque se quedara cojo con la frasecita de marras. Los hay
que adoran la ceguera; y es que, no me toquen las castañuelas, muchos no ven el
ruido porque viven de él, se solazan en él, para después dormir la mona en
otros prados más tranquilos.
Así que juzguen ustedes mismos. Quédense
en el titular sin entrar en materia y hagan de un eslogan su campaña —genio y
figura—, como Don Miserias, Don Tarugo y Don Papelas, o piensen, lean,
humanícense y apuesten por algo más que el pan y circo que les dan. Por nuestra
parte, y a pesar de nuestro supuesto yihadismo-gentrificador-pijo-intolerante,
criticaremos, propondremos, exigiremos, ayudaremos y apostaremos por una Badajoz
y un Casco Antiguo mejores. Pero no será a Don Miserias y sus compinches
zoquetes a quienes interpelemos para ello, no, sino a los que tienen el deber,
la responsabilidad, la competencia y la obligación de HACER por imperio de la
Ley.
Vayan decidiendo si a favor o
contra ella. La Ley es una y la Justicia, aunque lenta, terminar por llegar.
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