La Guerra de los Treinta Años


Las crónicas de las batallas están llenas de héroes con galones de latón, de generales fantoches y reyes engreídos inmortalizados en lienzos, soberbios sobre sus monturas, rodeados de sabuesos con pedigrí hechos a la guerra, de nobles palmeros engalanados con plumas de faisán, capas finas y espadas enjoyadas. En cambio, es el acero desnudo y franco del sable el que gana la contienda al fin; el fusilero Martín, Juan el infante o Paco el zapador, esa masa humana desdibujada que conforma el paisaje de la guerra a espaldas de la regia figura del héroe, la misma masa que echa cuentas de las leguas de tierra que aún queda por conquistar cuando otros, más elevados, sacan pecho del palmo conquistado, seguros de su gloria.

Pocas veces se recuerda a la chusma brava y desesperada que lucha a la sombra de los nobles gerifaltes. Señores don nadie a las órdenes de Don Señor. La historia no suele hacer justicia a las “Remedios” empuñando un arma y cargando contra el enemigo, a las “Lolas” vendando heridas y maldiciendo entre dientes, enrabietadas y empujadas a una guerra que detestan pero que también están dispuestas a sostener con coraje de guerrero.

Las batallas tienen apellido nobiliario, rancio abolengo. Lo demás son las cifras de la contienda: el botín, los prisioneros y el número de bajas.

Llevamos treinta años de guerra en el Casco Antiguo. Treinta luchando contra la degradación, el polvo y el olvido al que políticos incapaces lo empujaron soñando ensanches de hormigón y acero. Treinta en el que fuimos presa de la droga, de la prostitución, de la ruindad, de la despoblación, de la decrepitud, a pesar de nuestras raíces, de nuestro patrimonio y de nuestra historia. Treinta años en los que la excusa siempre ha sido mirar hacia el pasado. <<Antes era peor>> dicen los vagos, los acomodados, los desarraigados, los complacientes. Treinta años desangrándonos como un viejo imperio. Treinta en los que unos huyeron de él y otros llegamos para sostenerlo.


Pues no. Valdrá tu opinión pero sólo eso, porque para nosotros no vale con haber bebido de las fuentes del ayer. No vale con pasear veredas de oro en eriales de mierda. No vale con sentir el Casco Antiguo como algo propio y tratarlo como ajeno. No vale con decir soy vecino y vivir de espaldas a lo que no se quiere ver. No vale con habitar en palacios perfumados y correr las cortinas a los campos quemados.

No vale el pedigrí si no aspiras el hedor de estas calles que niegas, si no ves a tus hijos crecer junto a la droga, si concilias tus noches porque no hay ruido, si tus pasos no zozobran en aceras estrechas, en calzadas rotas, si no vives con miedo. No vale tu tiempo cuando a nosotros nos falta. No valen tus recuerdos si los has traicionado. No valen tus palabras si apestan a cobardía, por más que alternes aquí, por más que vivas aquí.

Porque este Casco Antiguo que peleamos, ése que dudas, ése que humillas, es tan real y tan mísero como tu rancio abolengo.

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