La embajada del Infierno
Existe en Badajoz una embajada
del infierno, una oficina de expedientes de la desesperación, un galimatías
inconcebible que acapara propiedades inmundas en el centro histórico de la
ciudad como quien atesora bolsas de basura. Diógenes debe estar a los mandos;
tal es la mierda que guarda tras las ruines tapias de sus escrituras. Nihil prius fide, dice el notario.
La Inmobiliaria Municipal sirve a
los oscuros propósitos del Averno. Entre sus propiedades, que son muchas,
realojan a los diablos expatriados de otros planos mientras nos venden las
bondades de una labor impecable, limitada, sufrida como apóstoles enviados a predicar
en tierras hostiles y paganas. Santos hacedores. Mentirosos divinos.
Es un tinglado de la hostia que
no conoce la vergüenza ni la piedad ni el decoro. Y por supuesto tampoco la
Ley. La Ley es para otros: para los tontos del culo que llevan una vida normal
y pagan sus impuestos. Los mismos a los que se puede castigar, amenazar,
amedrentar y someter. Esos padres y madres de familia temerosos de Dios. Para ellos
es la Ley.
Pero la Inmobiliaria Municipal —INMUBA
para los colegas—, está por encima de los preceptos mundanos. A ellos no les
llegan las cartas de la Disciplina Urbanística, a ellos no los reconviene
Urbanismo, a ellos no les llega el humo de la Ley. Ni la del Suelo ni la de
Sanidad. Eso sí: pinten ustedes sus fachadas, arreglen balcones y desconchados,
pulan el estuco y pongan cortinas, o la Disciplina caerá sobre sus cabezas como
un halcón. Deus le volt. Cáguense si no.
Mientras tanto, INMUBA a lo suyo,
comprando aquí, vendiendo allá, sumando fondos acullá. Un par de expedientes para
amansar a las fieras, para engañar a los borregos, un paripé y sigamos a lo
nuestro. ¿Y la Ley? <<No sé de qué me hablas. No conozco a esa
señora>>. ¿Y la gente? <<Los pitufos que se jodan en sus setas. No pienso
gastar un chavo en adecentar mis cardos>>.
Y así penamos en estas calles
aledañas al emporio previsto de El Campillo, tragando mierda, “chinos” y ratas,
con nuestros hijos siendo testigos de lo más mísero del ser humano; sufriendo sus
propiedades como si fuera una condena; engañados, olvidados, traicionados por
la Administración y por esa embajada de diablos que acapara castillos
infectados de fantasmas.
¿Y estos iban a ser el motor del
Casco Antiguo? ¿Éste el gobierno que mejore la vida de mis hijos? ¡Cuán
equivocado estaba! ¡Si no pueden poner orden en sus casas! ¡Si no saben! ¡Si no
quieren!
¿Saben qué? Me encanta el olor a
napalm por la mañana.
Luis Pacheco.
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