Caballo de batalla


Cuesta reconciliarse con el mundo, prestar atención a las bonanzas, a los brotes verdes que dirían otros, cuando uno lleva encerrado en la trinchera tanto tiempo, rodeado de barro y miseria, en modo combate, con el cuchillo entre los dientes y el ceño fruncido. Venid, cabrones. Venid si hay huevos.

En este pozo de tirador no crece la hierba, no hay flores en el erial que lo circunda; es tierra yerma, marchita, la que llega a la alambrada donde cuelgan los despojos de otros asaltos, de otras guerras.

Pero incluso en este panorama desalentador, en este paisaje de pesadilla, siempre hubo tiempo para la reconciliación, para el villancico, para la humanidad; tiempo para salvar la vida, entre todos, al noble caballo de batalla atrapado en la maraña de cables y espinos.

Ayer regresaba al frente, el paso ligero, con las cananas cargadas de balas y los puños crispados sobre el chopo. La tormenta atronaba en mis oídos y un vendaval seguía mis pasos. Pero entonces lo oí, el tímido soniquete del violín, entre el retumbo del trueno y el crepitar de las centellas. La galerna amainó, mis pasos perdieron ímpetu, tanto que ahora parecían acusar el peso de muchos días de dura marcha.

Sólo era eso: un violín en manos de un aprendiz, un ejercicio sencillo de pulsos arriba y abajo sobre las cuerdas, una melodía cargada de vergüenzas e inseguridades, pero también de tesón. Aquel violín desconocido, cuyas notas se desprendían de cualquier ventana de una calle cualquiera, puso fin a mis furias desatadas. Amaneció siendo tarde, tendido el ocaso ya sobre el Guadiana. Animado ahora, siempre de regreso a casa, busqué a propósito la senda de la trompeta, del piano, porque conozco estas viejas calles y sé dónde encontrarlos. La música es su alma a pesar de los escombros de la guerra. Demoré mi camino para ver desfilar fachadas recuperadas, nuevos comercios, nuevos andamios, pintores lijando estucos, flores en las ventanas.

Hoy no quiero guerrear. Hoy me canto un villancico. Hoy agarro las tenazas y cruzo el erial para salvar a un caballo de batalla atrapado en la maraña.

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