Por África y por ti
Que no, de verdad. Que la cosa no
va de fumetas. No va de niñatos
pasándose unos porros de hierba con nocturnidad y alevosía. No va de marihuana
y cervezas en el Parque de La Legión —allí no hay de eso—.
No va de pintarle los bajos a San Pedro. No se equivoquen. Esto de dejar la
impronta sobre el patrimonio histórico no es una afrenta a las propias raíces
de esta ciudad de Dios. No es una gamberrada, como aquella Fany y sus colegas
chungos, que dieron rienda suelta a su expresividad juvenil sobre el hornabeque
del puente. Ni siquiera tiene que ver con el sistema educativo, la educación de
los padres, los centros concertados, la inclusión social de las clases obreras
o la gentrificación de marras. No, no y no. Y cuidado con sacar los pies del
tiesto.
Esto, queridos vecinos, es algo
mucho más… espiritual. Es una reivindicación justa y honorable, es una
exaltación plus-ultra-nacional, es un canto a la orgullosa rebeldía de
generaciones de esclavos negros arrancados de su hogar para servir en campos de
algodón. Esto, amigos, es panafricanismo de pro. <<Por África y por ti,
Malí>>, que dice el lema. Porque no me vayan a confundir la bandera
rastafari con la de la República de Malí, como es el caso, aunque los colores
sean los mismos. Sería como entonarle La Marsellesa al Rey Guillermo. Ni León
de Judá ni Haile Selassie, ni siquiera el rey Ezekiel rodeado de zombies. Aquí no
hablamos de porros y reggae, de rastas y Bob Marley, si alguno de ustedes
hubiera caído en semejante error. Aquí hablamos de la fuerza del corazón, de la
nostalgia de las patrias lejanas, del espíritu indómito del león, de la lucha
contra los imperios colonialistas, allá, bajo el sol africano, de donde
gentrificaron a “Mario” —así reza la firma sobre la piel de piedra de nuestros muros,
aunque bien pudiera haber usado Mamadou Traoré o J.C. Imbécil— y
a sus camaradas de exilio. Pobres desdichados.
Porque Mario y sus hermanos
sufren en la distante Badajoz, penan exilio, cuando sus mentes y todo su ser
vaga más allá de los océanos que los separan de los “brothers in arms” —¡black power, colegas!—. Allí se reúnen,
en el parque, para honrar a la memoria de tantos y tan buenos, con la nostalgia
agarrada a los huevos mandingas y la voz entrecortada mientras pintan, sobre
nuestro lienzo, la bandera de su lejana patria.
Así que ya lo saben: ¡Viva Malí… y viva
Honduras!
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