Gentrificator
Parece que acabaremos el año
dándole carrete a los fantoches, que es contraproducente, lo sé, pero
igualmente merecido. Sea pues, aunque tire de este recurso una única vez (juro
no hacerlo más en todo el año). Para lo que hubiera de venir después —aburridas
y soeces réplicas plagadas de mentiras—, visto el nivel y las ganas de
razonar, sólo añadiré: rebota, rebota y
explota. Dicho queda.
Vamos al lío. Resulta que allá, por el Club
de Debates Urbanos, hay un personaje encrespado que nos va poniendo
de vuelta y media —no sabemos muy bien por qué, siendo nosotros tan
insignificantes, cuerpo sin cabeza ni CIF ni tesorero, ni sede siquiera—, pero
algo estaremos haciendo muy bien cuando somos dignos de tanta cuita por su
parte. Después de este año y pico de existencia como plataforma de familias mosqueadas
hemos llegado a la conclusión de que, cuanto más se disgusta el ínclito Calamardo,
menos cabreados estamos los residentes. Y no. No es porque nos congratulemos con
sus desdichas (numerosas), amarguras (frecuentes) o sus rabietas (continuas),
nein; es porque él se mosquea con cada pasito del barrio, con cada avance, con
cada gesto que lo aleje de la decadencia actual. Quizás, el gachí, tenga algo
de primitivo Croods con tanto apego a la cueva (recuerda: ¡si sales mueres!).
Pero veamos por qué. Ahora le ha
tocado al degradado Parque de la Legión y a una ruina derribada en Eugenio
Hermoso. Ambos casos le quitan el sueño al hombre y le sublevan los diablos. Pobre, pobre él, tessssoro.
Al primero porque lo prefiere
petado de prostitutas y drogadictos, a los que no encuentra —eso es negar la mayor,
Pacocontras, o ponerse gafas—, antes de verlo lleno de niños y
familias; o igual es que le gusta el parque así de solitario, como hasta ahora:
un escaparate que evoque la nostalgia de otros tiempos mejores. A tal efecto,
repudia que las familias hayamos celebrado la Navidad allí, reuniendo a tanto querube para pedir columpios, y nos
ataca por el uso de los materiales reciclados —reciclados de casa, Don Limpio,
no biodegradables— para la decoración de siete árboles, y que acabarán —refiere—
sirviendo para ensuciar el jardín. En este sentido confesaré, para ayudar a su
sosiego, que nos comprometimos con el Ayuntamiento a retirar la decoración
pasado el día de Reyes Magos y que, puntualmente, hacemos batidas para recoger
cualquier residuo que haya podido derribar el viento. Además, le otorgamos la
razón en cuanto a que es cierto que no vimos árboles derribados la noche del 10
al 11 de diciembre, cuando la ciclogénesis explosiva ´Ana´, como tampoco vimos
el tronco inclinado sobre a la acera junto a Puerta Trinidad, la cinta plástica
que prohibía el acceso al parque y la legión de operarios que se afanaron por
arreglar el jardín. No lo vimos, no. El Lado Oscuro es intenso en nosotros. Lo
que sí hemos visto es a alguien muy parecido a usted paseando a un perrito por ese
mismo parque para, posteriormente, dejar depositadas en el suelo las
biodegradables deyecciones del animal. Ya, ya, abono natural marca Green
Warrior.
En segundo lugar hablemos de
Eugenio Hermoso. Lamenta usted un nuevo derribo controlado en una calle en la
que ya hemos sufrido cuatro derrumbes imprevistos, dado el lamentable estado de
ruina de algunos inmuebles —uno de los cuales estuvo a punto de
costar una desgracia a dos hermanos—. Nos queda claro que es usted un férreo
defensor del patrimonio, aunque este patrimonio que usted defiende es de 1900 para
adelante (lo histórico es la calle, Petete, no los inmuebles, cuyas fachadas
deben ser respetadas en caso de rehabilitación —que no es el caso— pero
sobre los que no existe protección especial en el sentido que usted pudiera
apuntar). Estamos seguros de que la UNESCO sabrá perdonar que una ruina
peligrosa sea erradicada. No así la otra UNESCO de usted, la del fumadero y el
prostíbulo que tampoco ve, la que defiende las Ubicaciones Nocturnas de
Encuentros Sexuales y Consumo de Opiáceos, que es para lo que dan servicios
estas desgracias inmobiliarias. Y no llego a comprender por qué, a menos que usted
no las sufra, carezca de empatía o esconda un espurio interés en que aquello permanezca sirviendo de azote a
residentes in saecula saeculorum.
Fíjese que, precisamente ésta que
ahora cayó, y que nosotros por supuesto aplaudimos, fue por petición expresa de
los residentes colindantes que la penaban, siendo estos los propios afectados
por las expropiaciones del Campillo. Así que de gentrificación nada, monada. Porque
aquí no se gentrifica a los vecinos —vecinos nuestros desde hace largos años—,
sino a los inmuebles destrozados y peligrosos que propietarios ruines y despreocupados
dejaron pudrirse durante años, esos mismos largos años durante los que a usted
no le vimos defender estas viviendas vacías cuando aún eran habitables.
Queremos vecinos, “Don Pepe”, no
McDonald´s, pero esas ruinas sí que gentrifican: a nosotros, que llevamos la
tira de años viviendo en estas calles y sufriendo las okupaciones que obligan a nuestros hijos a ser testigos de la
degradación más abyecta. Fumar en base y picar entre inmundos colchones,
hediendo a mierda y orines. Gentrificación de primera, oiga, de la buena.
Lo dicho, una y no más Santo Tomás.
Posdata: si pronuncias tres veces
“gentrificación” delante de un espejo
se te aparece el demonio disfrazado de operario de vías y obras. Mucho cuidado.
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