Los puentes de Madison


Que se abran las puertas del cielo —¡agua va, agua viene!—, que Arias Montano tiene sobrado buche para tanto caldo. Ansia de trago en tiempos de sequía, desazón acuosa, húmeda zozobra, que aún amedrentara al terruño Noé y a su esforzada progenie; ni arcas ni buques insignias ni Nautilus 7.0 hubiera para surcar tal galerna. Al carajo patos, perros, monos y perdices, y humanidad pecadora. Así es esta calle del diluvio: más que calzada, acueducto.

Arias Montano, ¡parque acuático!, envidia del Marina D´or ciudad de vacaciones. Menudo circo. No sé ni cuántos reventones van —perdí la cuenta— si, por contar, cuento un año; un rosario de explosiones, de grietas, de hormigonados socavones, de alquitranados parches, de rotos y descosidos, de vendas y cataplasmas de la vergüenza por el que fluyen en sangría, hacia el río, los dineros públicos. En obra perpetua todo el santo día —Opus Magna Nº 300, o por ahí, para tocarnos los bemoles en “Re” y sostenido—, como la M-30 pero sin polución.

Y no se dan cuenta —o no quieren—; no entra en las quinielas rehabilitadoras. Quizás trescientas veces ha hecho de mina en el último trienio. Allá que va el martillo pilón y la pala mecánica; toneladas de hierro fundido y cadenas para despertar al balrog de Moria, y una legión de operarios hastiados de picar por cuartas cada vez. Tiene cojones. Ayer fue un metro más abajo.

Si pudiéramos arrancarle la pellica a esta calle, mirar de sopetón y en toda su medida las venas y arterias que corren bajo el pellejo, nos acojonaría tanto bypass, tanto nudo, tanto remache. Tanto, que a saber cómo fue que aún no se nos ha ido el paciente para siempre. Les juro por Tutatis que acaso quedan cuatro palmos por tocar del intestino, un apéndice siquiera.

Y es que apesta a negocio tanto operar a corazón abierto por pulgadas, querer al enfermo crónico, cuando lo lógico, ya hace tiempo, hubiera sido cambiar toda la vena obstruida. Lo contrario no es de razón: pagar por cada intervención el dineral que lleva si por mucho menos y de una maldita vez, todo de golpe, se hubiera urbanizado la calle entera.

Pero ahí va, una más, la tercera de la semana, erigiendo los puentes de Madison sobre corrientes bravas, para llegar a casa y lavarse los huevos en el bidé con agua de garrafa.

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