Sin bares no hay nada


Qué tendrán los bares, que al tiempo de mentar el ruido saltan como resortes los cofrades de la barra, los lunáticos del velador y del trasnoche, los grupis de la nordic blue y el vaso largo. Me parto el ojete con las reflexiones de marras, tan simples como el dyc-cola. Y es que es mencionar el tema, tocar la tecla, y falta tiempo para escuchar el coro plañidero, como la puñetera y pegajosa canción del verano. Pues bien, vamos a ello. Despacito.

Ahora resulta que acabar con el ruido y sus añadidos es finiquitar el Casco Antiguo; que aplicar la Ley y respetarla es abogar por el fin de los tiempos, el Armagedón barriero. Como lo oyen. Somos la semilla del diablo, los jinetes del Apocalipsis, los cuervos de la tempestad, porque créanlos sin bares no hay nada.

¡Ay!, ¡qué lugares tan gratos para conversar!

Resulta que vivimos en un barrio que tiene ‘re-que-te-concentrados’ setenta y tres locales generadores de ruido en media docena de calles, más o menos; y que, entre estos setenta y tres locales, hay un puñado que incumple porque así le sale de los huevos a sus propietarios la legalidad establecida, lo cual, de por sí, supone un azote para los cumplidores y un agravio comparativo. Resulta también que nos han calzado el sambenito de la contaminación acústica, que digo yo que alguien con la autoridad suficiente habrá hecho sus mediciones para comprobarlo y habrá emitido la resolución pertinente en base a algo más que el capricho o la enajenación mental transitoria. Pues bien, los locos, los terroristas, los necios enemigos del empleo y la riqueza en Badajoz son los que reclaman el derecho al descanso, reconocido por la Constitución (<<¿que qué es eso? Un legajo un poco más notorio que el bando municipal, para que nos aclaremos>>). El motivo: sin bares, naaaada.

Porque —digan lo contrario si hay pelotas— al Casco Antiguo se viene a bailar, a beber, a solazarse, a flirtear y a tomarse unas tapitas, y sin eso ¿qué carajos íbamos a hacer en el centro? Lo de espacio cultural y patrimonial de la urbe está demodé, sobado hasta la indecencia, y además es mentira. Ni a usted ni a mí nos importa una higa la Alcazaba, las murallas, los baluartes, las iglesias, los museos, las calles, las plazas, como tampoco la historia que puedan atesorar sus rincones. Todo son falacias, cuentos chinos, desvaríos de viejo. Lo que mola son las birras y las patatas rancias del aperitivo que suelen despachar, el garrafón gran reserva y el sudor de las caderas, los oídos pitando al salir del local, la noche loca, la vomitona de zaguán, la expresividad artística del orín, de las heces, escatologist-art-decó-que-la-flipas. No hay nada como vivir la madrugá a pie de calle, aunque se tengan que joder los alfeñiques del primero. Putos flojos amuermados.

Y es que parece que gracias a la hostelería se salvó el barrio (¡Gracias San-devid!). Porque antes de la hostelería no hubo nada, ni tiempo ni espacio siquiera. Ni vecinos residentes ni comercios ni calles aseadas. Na-da, que lo dicen la Fany y sus colegas.

 Parece que ya no se recuerda que primero se arreglaron las plazas y luego llegaron los colonos de los pubs en sus carretas chirriantes, con el chunda-chunda de su traqueteo y su promo-fiesta Bacardí. Acaso los veladores siempre estuvieron en La Soledad, en la Plaza Alta, en Felipe Checa, Muñoz Torrero y demás, ocupando cada metro cuadrado de acerado. O quizás San Juan se construyó sobre sus discotecas y sus guardias de seguridad.

Pero no malinterpreten, no. Aquí no se pide exilio o cadalso. Han ayudado, y mucho, a este barrio herido por la desidia institucional. Amamos los bares tanto como los cofrades, solo que el fanatismo no nos ciega. Por desgracia la razón tampoco nos hace sordos. Tengan en cuenta que el auténtico enemigo de los bares, de los empresarios emprendedores, de los inversores, de los murgueros y festivaleros en general no son los residentes muertos de sueño. Nein. Son los hijoputas que han logrado hacer imposible el descanso en este barrio, aquellos que, con sus decibelios descontrolados y con sus “cierro cuando me sale del cipote” han logrado que estas calles sean zona de guerra. Y no sólo ellos; den las gracias también a ese Consistorio que, por no faltar a la costumbre con este barrio, ha mirado hacia otro lado mientras se rascaba los huevos.

Me parece increíble que los malos sean los residentes por querer descansar, por pedir que se respete la Ley, no ya para erradicar bares —que es una interpretación muy torticera del asunto—, sino para que estos cumplan con la normativa que les toca, lo mínimo para que podamos convivir, ya saben: respetar el límite acústico, el horario de cierre, el número de veladores, no facilitar el bebercio callejero, asear sus espacios... cosas muy complejas y muy perversas por lo que se ve. ¡Qué locos!

Pues va a ser que no. La Ley no viene a destruir el Casco Antiguo. Los residentes que claman descanso no vienen a destruir el Casco Antiguo. Cumplir con la normativa no puede ser destruir el Casco Antiguo. Y lo que es más importante: el Casco Antiguo es algo más que bares, pubs y restaurantes. Mucho más que eso. Sólo un mísero interesado o un burro ignorante pensarían de tal modo.

Amar nuestro Casco Antiguo, acudir a él, sólo por sus bares sería venderle el alma a la bachata- Sería traicionar nuestras raíces a cambio de tomarse un gintonic des-pa-ci-to.

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