Los Intocables


No sé cuál es el número de tu unidad, o de tu placa, y quizás sea mejor así: no saberlo nunca. Lo digo porque nada bueno puedo decir de ti y de tu “compi”, ambos locales, policías, agentes de la autoridad. Para servir y proteger, como en las pelis. Me parto la caja. Menuda mierda.

Te he visto retroceder ante tu deber. Frenar el coche patrulla, dar marcha atrás, porque la calzada estaba ocupada ilegalmente con sillones y sofás y familias dando palmas. Quizás fuera en Costanilla, Afligidos, Sepúlveda o Amparo; no quiero recordarlo. Tú sabrás.

El caso es que te he visto reclinar, achantarte, recular, replegarte, y espero que sea porque eres un cagón, un cobarde, un agente pusilánime incapaz de ejercer su autoridad frente aquellos a los que realmente temes, aunque se te choteen en los morros con mucha huasa y se rían de tu estampa; aunque se caguen en las Ordenanzas delante de ti y se meen de la risa viéndote el careto. La autoridad es para otros, ¿no es cierto? Es para los que callan, para los que pagan, para los que disfrutas humillando y aun así te hablan de usted.

Prefiero que seas eso, un cobarde; o un simple vago, por más que luego te pongas gallito para pedir un aumento de sueldo y una minoración de la jornada laboral. Cagón o vago, me vale cualquiera, y digo que lo prefiero porque, de lo contrario, únicamente quedaría la opción más deplorable, la más repugnante, aquella que daría sentido al vil retroceso ante una calle cortada, ante los decibelios salvajes hasta las cuatro y media de la madrugada, al pastoreo de clientes de pub en pub, a las escombreras, a las obras ilegales, a la ruindad, a los carros de chatarrero encadenados a las verjas, al trasiego de aguadores, a los sofás en las calzadas, a la manipulación de basuras, al botellón en la Alcazaba…, a tantos y tantos desmanes que, si tuvieran quien los persiguiera, harían de este barrio, y aun de la ciudad entera, un lugar mejor.

Y, ¿sabes qué?, aun así lo lamento. Lo lamento por tus honrados compañeros, por los agentes que se lo curran de verdad y a los que desprecias con tu cobardía, tu lasitud o tu perfidia. Lo lamento por aquellos que, cabreados o no con su salario y jornada, cumplen escrupulosamente con su deber. El mismo deber para el que todos pagamos impuestos y por el que, manda cojones, te estamos dando de comer.

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