Tiempo de milagros
Ahora que se
ha muerto Encarnación, tan sola y arrumbada que da pena verla, ahora que las
palas retiran sus huesos con plañir de hierro, ahora que nos duelen sus
ausencias como nunca antes, quiero dedicarle este epitafio.
Acabó sus días
de mala manera, pobre, sucia, enferma, sirviendo de escarnio para sus vecinos; y
murió como mueren las putas viejas que ya nadie quiere. Pobre Encarnación, ella
que fue noble y bella, reina mora de la morería.
No encontró la
medicina para sus dolencias, de nada sirvieron rezos y plegarias. No hubo lugar
para el milagro en la víspera de la Semana Santa. Al menos, seguro, hallará el
cielo, aunque sea esculpido en tinta sobre placa.
Pero contengo
las lágrimas a duras penas, pues aún hay mucho que llorar. No muy lejos de su
casa, los amigos y vecinos de la infancia penan sus mismos males, en silencio.
Qué será de
Concepción, de Luis, de Bravo, de Benegas y Eugenio, qué será de Lorenzo, Miguel,
Amparo, y de tantos otros que, junto a
ella, jugaron a ser ciudad desde pequeños. No creo que haya cielo para todos.
Seamos buenos
para ellos, ¡ellos que nos dieron tanto!, y pidamos a los santos: a San
Francisco, San Luis, San Remigio y San Ricardo. O a San Judas de rebote, por
tenerlo más a mano.
Llega la
Semana Santa... ¡es tiempo para los milagros!
Luis Pacheco.
Publicación como colaborador en el diario Hoy
10/04/17
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