La Puerta de Menacho
Quién diría, viéndola ahora, que
en el año 1810, en plena brega a mosquetazos con el gabacho invasor, un tal general
Rafael Menacho y Tutlló atravesó la Puerta del Pilar para socorrer a la
ciudad de Badajoz.
En aquel frío día de enero, la
población de la urbe acudía en masa para vitorear al aguerrido oficial, quien tenía
como encomienda un fregado de cojones: ya apretaba el francés con mucho hierro
y mucha pólvora, habiendo puesto el ojo zorro en nuestros muros y en lo
delicado de sus defensas. Le iba a tocar ser Cid, Viriato, Pelayo y Lezo, todos a
una. Potaje de huevos.
La muchedumbre poblaba las
murallas y aledaños de la puerta para ver pasar a las orgullosas tropas del
general Menacho, y metía una bulla del copón brindando bravatas al cielo por cuanto perjuicio habrían de causar aquellos rudos soldados españoles a la
chusma franchute. En aquella mañana no habría Fransuá ni Gato con Botas que arredrara el ánimo belicoso de los
badajocenses —¡menudos mostachos calzaban los nuestros!—, y se
rezaría el “Santiago y cierra, España”, y credos por el estilo. Badajoz
entera estaba de celebración. Quién iba a decir entonces que, en poco más de un
año, la ciudad rendiría la plaza y el pobre general su pellejo y hasta el alma.
Cosas de la guerra.
Ha llovido desde entonces, y
mucho, como atestigua esta maldita efeméride de noviembres malditos. Hoy la
Puerta es sólo eso, una puerta, y pocos saben recordarla y respetarla por sus
hazañas, por cuanto aún tiene que contarnos de lo que fuimos y de lo que habríamos
de ser; como Menacho, que ya pasó a ser calle comercial y poco más.
Hoy, Puerta Pilar es un despojo,
un Bien de Interés Cultural para engrosar un catálogo de despropósitos
patrimoniales, para acompañar a la ermita del Rosario o al nuevo parque
arqueológico, donde crece un vergel exuberante, y aun a la propia alcazaba, que
sirve de parking y tablado de verbenas.
Hoy, Puerta Pilar es un
esperpento de lo que fue, una sombra retorcida, una manualidad del diablo del
olvido. De pórtico de la esperanza y orgullo patrio ha pasado a ser campo de alivio
para bárbaros; hunos desmemoriados, sin honor ni raíces, que han hecho de sus
entrañas letrina, de sus techumbres lecho de cortejo, de sus muros barra de bar,
de sus paredes lienzos, y hasta los bolardos sirven a un extraño ocio de verdugos.
En el foso, hundidos, reposan los
huesos desmoronados de la vieja puerta; cabezas cercenadas que sólo un puñado
de voces reclaman. Voces que suplican, como Príamo ante Aquiles, por un amado despojo
de carne muerta.
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