Ánimas benditas
Llámenlo como quieran: Halloween,
Samhain, Noche de Difuntos o de Todos los Santos, Calavera el Conqui, Moragá,
Chaquetía o Magusto. Nombres tiene para rato, de norte a sur, de este a oeste,
y aun más allá del charco.
Nos viene por celtas eso de temer
a los muertos al cerrar octubre, de descontar horas hasta el alba, de encerrarse
en casa y contar historias en voz baja, pelando castañas, mirando con recelo
hacia la puerta. Que pasen de largo. Nos viene de viejo eso de no querer arrimarnos
a las tapias de los cementerios, donde las ánimas, al menos por una vez, escapan
de su cautiverio de piedra y barro.
Pero en este camposanto de barrio
nuestro, de tapias ruinosas y muertos vivientes, el tiempo corre en sentido
inverso. Es en esta noche de velas y calabazas cuando las ánimas benditas,
vivas, inocentes de nuestros hijos, recorren las grises calles ahuyentando a
los muertos con sus risas. Truco o trato. Aquí brilla el sol después del ocaso,
enmudeciendo el persistente rumor del olvido, desterrando las tinieblas del
Campillo; y al menos esta vez se espantan los espectros, horrorizados por el
descaro ingenuo de los niños.
Allá van, bolsa en mano, teñidos
y cardados, coquetos, jugando a ser diablillos revoltosos para reclamar un
botín de caramelos, para robarnos las risas y los besos. Trota que te trota,
entre las casas campan aporreando puertas y soliviantando timbres, asustando al
miedo. ¡Que suenen, pues, las campanas de todas las iglesias! La calavera el
Conqui jamás fue tan adorable, nunca tan deseada. Nunca tan bienvenida.
En humilde reconocimiento a
Juanma, a Carlos y a todos nuestros diablillos.
SOS CASCO ANTIGUO
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