El lugar donde habito


A veces una frase, un hecho concreto, una imagen, nos devuelve a la dura realidad de sopetón, sin anestesia ni nada. Es el zumbido de la hostia imprevista, del sopapo presto que nos conduce, inexorablemente, al sucio lodo sobre el que erigimos nuestros palacios de cristal fino, nuestros salones perfumados. Un atracón de fría y cruda realidad vía intravenosa, un chute de matemática pura, medicina concentrada en una píldora anal. Cataplasma mágica de Hogwarts.

No soy médico la sangre siempre me dio repelús, como todo ese rollo de batas blancas, virus y bacterias chungas, pero si lo fuera, recetaría sin dudar este tratamiento de choque contra mentes febriles. Se trata de la exposición ‘El lugar donde habito’, de Mai Saki, que podrá visitarse hasta el 28 de marzo en el Edificio Badajoz Siglo XXI.

Para quien no lo sepa, retrata con aspereza, un poco de perfil, ese otro Casco Antiguo que sólo los imbéciles y los necios se atreven a negar. Un barrio olvidado por la Administración desde hace décadas, marginal para mendigar a Europa pero en constante recuperación de cara al voto, rico en traiciones, desplantes y mentiras institucionales; un barrio enfermo al fin y al cabo, plagado de víctimas pero también de verdugos.

Toxicómanos, chatarreros y calles rotas conforman un paisaje deprimente en blanco y negro que, al profano, parecerá como propio de otra época más oscura, quizás veinte o treinta años atrás. Nada más lejos de esta realidad en la era del HD y el 4G. Licencia de autora. Ahora bien, lo que el objetivo nos espeta sin ambages contradice el persistente mensaje oficialista del “todo va bien”, de los brotes verdes más allá de Concepción, de los cantos de sirena.

Quizás sobren las interpretaciones, las historias de abuelo cebolleta, la opinión del autor, los poemas que nos adornen la película de marras. Allá cada cual con sus conclusiones (otros nunca querrán ver lo que están viendo). Unos contemplarán impresa el alma de los parias, el amor casi proscrito hacia esos personajes de la cara B de la vida en la mísera cara B de este barrio que tanto amamos. Otros, como yo, que soy padre de pequeños, apuesto por un entorno sano y aseado donde criar a mis vástagos, que también tienen sus derechos y me conmueven mucho más, y para todo lo demás mucha educación, inversión social y mano dura.

En fin, por eso prefiero tragarme el prospecto de la imagen a que me lo lean, porque, por sí misma, habla de la advertencia de los efectos secundarios del mismo modo que recomienda la dosis adecuada.

Pero más allá de esta opinión personal, tan despreciable para algunos como absolutamente normal para otros, habremos de admitir que el objetivo de una cámara no sabe mentir. Podrá ser sesgado, interesado, crudo o amable según el día, buscar la belleza, el horror, incluso el sensacionalismo, perseguir la compasión o reportar la miseria, pero jamás miente. Lo que es, es, y nada más.

Y en este caso tenemos retratado un barrio que nada tiene que ver con el pomposo Fitur para borregos ni con las promesas de hacer más y mejor que ‘los de enfrente’ ni con el ánimo de servir a un pueblo honradamente, y sí con tres años de legislatura perdida, sin vergüenza alguna ni cargo de conciencia, y la desafección total de quienes nos gobiernan.

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