Carnaval, que te den.
Cuesta imaginar un Carnaval de
Badajoz llevado en palio por delincuentes e infractores de la Ley, catalogado
de interés turístico internacional cuando habría de erigirse sobre el flagrante
quebranto de la Constitución, a pesar de sentencias y juzgados.
Cuesta imaginar un Carnaval de
Badajoz encumbrado gracias a la prevaricación medioambiental, a la vulneración
sistemática del derecho a la protección de la salud, a la ansiedad y la Dormidina.
Gracias al campeo chulesco, sobrado, de mercaderes y fariseos.
Cuesta imaginar que el auténtico valor
del Carnaval —ése que pudiera hacernos merecedor del reconocimiento
universal—
estuviera, en un barrio contaminado por el ruido, ligado indefectiblemente a la
barra de bar en plena calle, a la plantación intempestiva de zurullos en portal
ajeno, al carrito del Eroski con altavoces Panasonic reconvertido a artefacto,
a cantar por Georgie Dann a las seis de la mañana con voz de pirata del Caribe,
a marcarse una lluvia dorada en cada palmo de acera, a que un esquimal acabe inflando
a hostias a un pingüino en la calle Montesinos.
No. El Carnaval no es eso. Nunca
lo fue y no debemos permitir que nos hagan creer lo contrario. El valor del
Carnaval está en las comparsas, en las murgas, en los artefactos, en sus
tambores, en los desfiles, en las sardinas enterradas, en el hecho de que toda
una ciudad salga a la calle disfrazada y acabe de parranda, de la Buhardilla a
la Ría, de puente a puente y tiro porque me lleva la corriente. Eso es lo que
nos hace enormes, lo que nos hace únicos, lo que habrá de hacernos universales.
Como la final de Eurovisión.
Y ahora resulta que los
residentes, los vecinos de una pequeña zona del Casco Antiguo (es importante el
matiz para que no lo magnifiquen otros), que llevan aguantando los desmanes de los
delincuentes del ruido ante la vergonzosa inacción de años de la Administración,
tenemos que soportar que se nos estigmatice por quejarnos de nuestras heridas. Perdónennos ustedes si nos duele que nos azoten en los huevos.
A la postre somos los
aguafiestas, los tocapelotas, los culpables del inexorable fin del Carnaval, y
todo por un desafortunado titular y unas líneas ambiguas, sesgadas, donde
pudiera parecer, siquiera, que los residentes tuviéramos poder para prohibir o
aprobar algo en nuestras calles. Nosotros, que no somos noticia por ser
atropellados cada semana de cada mes de cada año, sino por arañar el coche que
nos lleva por delante. Eso, discúlpenme, es justificar una puñalada como
operación quirúrgica; es cuadrar el círculo, vender gato por liebre, contar
media verdad, que diría Cervantes. Excusar y azuzar la lucha de gladiadores por
el mero placer de la sangre. O los cubatas, que en nuestro caso viene a ser lo
mismo. Pan y circo.
Manda cojones que los residentes y sus familias terminen siendo los malos de la peli, que ni aun con la grabadora por delante los medios de comunicación se hagan eco de cuanto propositivo y flexible tiene esta voz herida por el abuso; esa voz que dice “Carnaval sí, siempre y sin límites, y por
lo demás dame pero más despacio”. Al fin se quedó en “Carnaval que te den”. Lo que es la letra.
Pues que quede claro, y oído al
gremio, si no se incumpliera la Ley cada semana desde hace lustros, si esa
misma Ley no hubiera sido violada y mancillada continuamente ante sus narices, si
hubieran tenido la misma empatía hacia las víctimas —a las sentencias judiciales nos
remitimos—
que hacia las verbenas, este año todos estaríamos bailando ritmos brasileños en
el ‘sambódromo’ de San Juan y bebiendo garrafón número 1. Pero la copla es así.
Copia-pega. El titular, como el tiempo, es oro.
P.D.: para otra ocasión pongan una
foto de San Francisco y su Carnaval de Día, del desfile de comparsas o del López abarrotado durante el concurso de murgas, igual sale más gente. Igual salgo
hasta yo.
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