Amanece en La Comarca


Hay un runrún en el barrio que le pone a uno de buen rollo, un “no-sé-qué” de pipa y flauta, de pinta de cerveza y jardín cuidado; algo sencillo, discreto, aburrido incluso para los más sofisticados, tanto, que casi pudiera pasar inadvertido. Y todo ello a pesar de los orcos y los trasgos, y de los hediondos trolls que malviven bajo el puente, repudiando la luz del sol; esos para los que siempre será el frío y crudo invierno de un agujero cochambroso. Odio y tinieblas por bandera, esclavos del Anillo, de Angmar a Morgul.

Pero yo tengo ganas de dar palmas con las orejas, o taconear los pies peludos, si ustedes me entienden. Me siento hobbit en esta comarca chica que es el Casco Antiguo. Ya es enero y parece pleno estío. Canturreo cuando paseo por sus calles viendo a tanto bueno afanado en sus labores, pintando fachadas, arreglando desconchados, adecentando balcones y ventanas. Disfruto aguzando el oído para robar la música que escapa desde las alcobas, notas de piano, trompeta, viola, que las manos arrancan a teclas y cuerdas. No dudo en detenerme ante los escaparates nuevos de los tenderos del barrio, para no perder detalle de sus mimos, para desearles, en silencio, buena suerte.

En estos últimos días he visto ajardinar eriales, reparar baches, demoler ruinas peligrosas. Los nobles hablan de recuperar lo perdido, de devolverle el esplendor a estas calles que un brujo entristeció con el gris veneno del olvido.

Ahora vamos hacia el sur, que es como ir cuesta abajo, buscando sentir de nuevo la tibieza del brillante sol; quizás fuera la mañana. Pero seamos precavidos. Que se descorran los velos y cortinas, que caigan los sayos empolvados, que luzcan los senderos despejados de ramas y de espinas. Pasará la larga noche. Llegará el día.

Hasta entonces sólo he decir: <<El mundo está cambiando… Lo siento en el agua… Lo siento en la tierra… Lo huelo en el aire>>.

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