Un bozal para La Legión
Tiene guasa que volvamos a las
teclas, después de un prolongado letargo, para dedicar este precioso tiempo a
los idiotas; desempolvar el escape y el espacio y aplastar caracteres con rabia
contenida. “Tac-tac-tac” suena el teclado, como un kalashnikov escupiendo bilis.
Pero hay asuntos que no podemos ignorar, pasar por alto. Es cuestión de
equilibrar balances, de entregarse al karma. De conciliar demonios.
Una vez más los pequeños son las
víctimas —nuestros
hijos, ¡qué carajos!—, y el parque de La Legión, la escena del crimen. Un perro
suelto los hirió a dentelladas, cuando jugaban. Otra maldita vez.
Perdimos la cuenta, hace mucho,
de las ocasiones en las que reclamamos para nuestras familias un lugar de
esparcimiento, de encuentro, de sano ejercicio, en un barrio al que sus
responsables le han dado la espalda. El parque de La Legión se lo dejaron morir
los mandamases por desidia, inutilidad y mala baba —que ya es decir—, a
pesar del clamor de nuestras voces.
Pero allá, en la cumbre consistorial,
reina el silencio de la desvergüenza. Tan soberbios que toda cuestión es harta
aburrida por insignificante. Esas pequeñas cosas, que decía el alcalde; baldosas
que se mueven y otras mierdas. Tres años llevamos suplicando la reposición de
un balancín en la Alcazaba, predicando en el desierto. ¡Qué locos al pedir la
luna!
Nuestros parques, que es lo mismo
que decir nuestras familias, parecen no importar un pimiento a gente como a
Fragoso, Coslado y compañía, si no van acompañados de más sumas que restas. No
hay rezo que les conmueva ni súplica que los haga descender de sus pedestales
de hielo. Al igual que a una oposición tibia, incapaz, entretenida en la
disputa de títulos y tierras, en deslustrar galones ajenos, en vez de pelear a
muerte por aquello en lo que emplearon su palabra, pues, no por menos, todos
ellos aprobaron darle mejor vida a La Legión, allá por diciembre de 2017. Alzar
la mano fue esfuerzo suficiente, agotador sin duda. Ufanos de semejante acto de
bondad —pedir
que La Legión sea espacio de familias—, llevan durmiendo entre laureles desde
entonces. El sueño del guerrero. Qué tiempos vivimos que ni lo votado tiene
garantías. Otrora iba la honra en ello, por mis muertos.
Pues bien, de nuevo nuestro parque más
hermoso y olvidado se ha cobrado otra pena. Pasmo habitual de los responsables
frente al desmán de zoquetes insurrectos. ¡Pobre patio entre murallas, salón de
baile, vergel de las mocedades de antaño! Hoy es jardín de malos agüeros,
prostíbulo de viejos verdes, campo de idiotas, pipicán infame, reservado de
egoístas que creen que la ciudad es y será siempre a su medida. Pequeña cosa,
baldosa que se mueve. Promesa incumplida.
Quitadnos el bozal a las familias, a La
Legión, y devolvednos nuestro parque, mentirosos.
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