La Ley de la Jungla
La Concejalía de Parques y Jardines
sí que tiene un problema de imagen, y serio.
Crece el rumor —ya
marea, aguacero, tromba, ciclogénesis explosiva— de voces airadas, irritadas, debido
al calamitoso estado de nuestros pulmones verdes. El malestar entre la ciudadanía
es notorio, por más que las víboras a sueldo, los estómagos agradecidos, traten
de rebajar la creciente indignación a la categoría de mera anécdota, de simple
turbulencia, de chisme anti-sistema. Un cojón de pato.
Es noticia, desde luego, lo que
está sucediendo con nuestros parques. Y además es indigno. Tanta dejadez apesta
a oscuro objetivo, a cálculo siniestro, a plan de espía.
No es normal que hasta el Parque
de las Américas —“la niña bonita”— se vea en el lamentable estado actual;
por no hablar del Parque de la Viña, donde la indolencia más repugnante ha
llevado a un chaval (bastante inconsciente, eso sí) al borde de la muerte. No es
normal lo de la margen izquierda, La Legión, el Paseo de la Radio, Asunción,
Ciudad Jardín, Regino de Miguel, la Alcazaba, Rivillas, Picuriña, San Andrés…
¡coño!, ¡hasta las medianas de las carreteras dan asco!
Las zonas verdes de nuestra urbe
parecen una sabana africana, de tan salvaje y desatendida; tanto, que ya me
prevengo de caminar contra el viento cuando atravieso un parque, por aquello de
ocultar el rastro a los depredadores. Me zurro de solo pensar en que me asalte
un jaguar, un leopardo, un babuino cabreado o un puto dinosaurio. Cualquier cosa
cabe entre tanta zarza y mala hierba. Es la ley de la jungla.
Y todo porque el rey zulú, el
mandinga de la Concejalía de Parques y Jardines, ha decidido que con las
excusas es suficiente para cuidar de la huerta, o para engañar a tanto bobo y
llegar indemne a las elecciones. La culpa siempre será de otros: <<no hay
personal suficiente>>, <<era una rotura en el sistema de riego>>,
<<es cosa del vandalismo>>, <<la hierba crece muy rápido en
esta época del año>>, o el recurrido <<pregúntaselo a otro y no me
toque los cojones>>. Pero la realidad es que su carencia de implicación,
su flagrante desprecio a las responsabilidades que le son propias se proyecta
sobre toda la ciudad.
No hay justificación alguna para
semejante despropósito: ni los recursos humanos ni los medios al alcance ni la
madre que nos parió a todos. El estado actual de nuestros parques es fruto de
una gestión pésima que bien merece la máxima reprobación. No hay palabras para describir
el horror de ver arder La Legión, con sus puentes derribados, los caminos del
agua plagados de mosquitos sobre un lecho de barro cuarteado, la hierba
arrasada, los bancos destrozados, las fuentes sirviendo de almacén de litronas,
que parecen la despensa de un bávaro en el Oktoberfest. Es patrimonio entregado
a los diablos por una mera cuestión de falta de vocación pública. Y ello a
pesar de todo lo aprobado en plenos mentirosos de palabras vacías.
No saben hacer. No quieren hacer.
Y les importa una mierda.
Y ahora la soberbia llevará a exiliar
olmos a la tierra de los árboles expatriados —que no sabemos dónde coño queda
pero debe estar superpoblada—, y a importar rosales por millares. ¿Y
para qué? Para que acaben como sus hermanos de Puerta Pilar, como las arboledas
de la carretera de Cáceres, como todo lo plantado en el Paseo de la Radio, como
en La Viña o en La Legión. Pasto del olvido y de las llamas. Si se supone que
la gestión digna mínima no alcanza a lo que ya tenemos, ¿cómo carajos habrá de
hacerlo en nuevos espacios verdes? Más de un millón de euros se llevará la
calle Stadium… vayan haciendo cuentas.
La ecuación es muy sencilla: si
esto es lo mejor que podemos esperar, si esto es el fruto de nuestros
impuestos, si es la máxima nota de esta concejalía de los cardos y las ortigas,
hágannos caso: dimitan en bloque y váyanse a tomar por culo a coger setas.
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