La conjura de los necios
Dice el señor alcalde que somos bobos… eso si no lo entendimos mal, que todo puede ser, siendo tan tontos. Dice
que Él, mejor que ningún otro, sabe qué quiere el pueblo, qué necesita; así que
¿para qué iba a necesitar al pueblo? Porque el DUSI es Él y Él es el DUSI. ¡Alabado
sea el señor alcalde, hombre capaz donde los haya!, aunque para sacarle los
cuartos a Europa haya tenido que recurrir a sabios de fuera —no encontró
en casa el manual del procedimiento. Cachisss—.
Pero es verdad. Qué vamos a saber
nosotros, simples, simples, muy simples ciudadanos. Nosotros sólo somos eso:
ciudadanos y peones, y Fragoso, alcalde, el mandamás. El puto Amo del Calabozo.
Así que, qué vamos a saber del DUSI
nosotros —pobres
mortales—,
si, por no saber, ni siquiera sabemos que nos reunimos con él para estudiarlo.
Como el máster de Cifuentes, oye, que fue un visto y no visto hasta aprobarlo.
Y no queda más remedio que
otorgarle la razón. Porque nosotros, aunque contamos cada erial de este barrio —bolígrafo
en mano—,
aunque sumamos ruinas hasta la vergüenza, aunque le regalamos 120 páginas de
leyes incumplidas y soluciones deseadas, aunque le firmamos dos mil voces
suplicantes para sus soberbios oídos, aunque hayamos marcado las huellas de
nuestros pies en cada palmo de estas calles rotas, aunque jamás le hayamos
visto a Él más allá de su despacho ni desquitado de corbata y noble percha,
nosotros, como digo, no tenemos ni puta idea.
Y es que no sabemos nada. No
sabemos que esos fondos europeos son agua de vida para estos barrios sedientos;
que nacieron de nuestras grietas, polvo y miseria como la excusa perfecta; fondos
que fueron limosna para el empleo, la integración, la rehabilitación, la accesibilidad,
la sostenibilidad, el desarrollo… santas prédicas para quedarse después en cortinas
de satén y pan de oro.
El DUSI, ¡qué enigma encerrarán
sus cubiertas!
No sabemos qué decían sus 144
páginas ni sus 8 artículos ni sus análisis, diagnósticos y principios
horizontales. No sabemos que su fin es combatir espacios degradados y el
subdesarrollo urbano y alcanzar la normalización social. No conocemos sus
RETOS, esos que hablan de autoestima, cohesión, participación, tolerancia y
solidaridad, calidad, diversificación de actividades económicas,
sostenibilidad. “Una ciudad para vivir”…
¡qué coño íbamos a saber de eso!
¡Qué carajos íbamos a saber que
el DUSI habla del envejecimiento de la población, del apabullante número de
edificaciones en ruina, de las APRS y las ARPM —áreas de rehabilitación
preferente—, de la llorada y malhadada Zona 1, de los grupos en riesgo de
exclusión social, de la peste del desempleo y el analfabetismo…!
Pero hablemos de la parte que
menos conocemos, ésa de la que no tenemos ni puñetera idea; la que desglosa la
miseria y la importancia del parné.
Resulta que jamás sabremos que,
después de llorarle las penas a la madre Europa y de arrastrarse a sus pies como
una plañidera, después de enarbolar las penurias de los gitanitos y los abuelos
del barrio, de las calles rotas y las casas mudas, después de mencionar a los
pobres discapacitados y las malditas aceras estrechas, y contar compungido la
ruina de nuestras viejas torres con tanta lástima que hasta daban ganas de
santificarlo a usted, después, como digo, y una vez trincado el ‘taco’,
llegaron las palmas. Arsa, duende, aje. Alegría. Que tiene huevos verle
taconear sobre nuestras tumbas y cogérsela con papel de fumar para decir, muy
dignamente, que de necios va sobrada su ciudadanía, mientras le pone las
cenefas de mármol al palacio y una alfombra roja a los palmeros. Equilibrio,
dice el payo; el mismo que existe entre su verbo y su frenillo. Ya hay que ser
malo.
Nosotros qué vamos a saber. Nada,
de verdad, salvo una cosa: “si arreglas la calle, la calle se arregla. Si te
arreglas el palacio a saber si se arreglará la calle”. Así de simple, como nosotros.
Para lo otro está Europa.
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