Churros, bollos y aliento


No fue tarde para el desánimo. No importó el telón gris del cielo ni el viento cortante. No hubo frío ni lluvia que desalentara a los centenares de personas que se aproximaron a la Plaza Alta para mancharse en la lucha contra el cáncer infantil. Porque lo que ayer se combatía es esa pandemia mucho más terrorífica y cruel que el nombrado coronavirus. Esa sombra espeluznante que amenaza a nuestros hijos. La cuchilla que nos arrebata sus sonrisas, su inocencia, que nos roba su aliento, sus besos, su calor, su tiempo.

Ayer luchamos juntos contra el vacío insoportable, contra el miedo acuciante y persistente, contra el maldito reloj de la vida. Quisimos abrazaros en estas calles, desde estas calles, afectados, quizás, por una absurda timidez; tal vez torpemente siempre queda el regusto amargo de poder haberlo hecho mejor, pero nos entregamos a vosotros con sincero afecto. Ayer os animamos a seguir peleando: papis, mamis, abuelos, hermanos; porque tenemos la obligación de mantener la esperanza, por pequeña que sea, por diminuta que parezca. Que siempre arda una llama cuando nos rodee la noche. El alba está cerca.

Pero volvamos al olor de los fogones. Churros, perrunillas, bollos de leche, chocolate caliente y amor, ¡qué mejor receta para endulzar el alma!

Nuestro recuerdo y nuestra fuerza para ellos, los más pequeños. Nuestro agradecimiento para todos quienes hicieron posible la memorable jornada de ayer, para quienes hicieron paciente cola bajo un cielo desapacible, para quienes transformaron la plaza en un parque de juegos, para quienes se allegaron a prestar su aliento, para quienes arrimaron hombro y caudales, para quienes velaron por la seguridad y la limpieza; para los esforzados churreros, que no pararon en el día ni perdieron la sonrisa; para quienes madrugaron a cocinar y hornear masas. A todos los que participasteis de algún modo, gracias.

Ayer, seguro, salvamos vidas.

 

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